Markus cabalgaba a buen ritmo por el centro del valle. De vez en cuando escudriñaba el cielo. Estaba oscureciendo rápidamente, y el tiempo amenazaba tormenta. Pero aunque llevaba horas cabalgando, no había encontrado ningún lugar habitado, y el caballo empezaba a agotarse.
Volvió a levantar la vista, intentando vislumbrar algo entre la creciente oscuridad del cielo.
—Maldito Kad —murmuró—. ¿Tanto te cuesta volver?
Una ráfaga de aire agitó los arbustos y puso nervioso al caballo. De la nada apareció un halcón, que revoloteó en torno a Markus antes de posarse en su hombro.
—Así que protestando a mis espaldas —espetó el halcón—. Menuda forma de agradecerme mi trabajo.
—Vamos, Kadiaw, siempre me quejo de todo. ¿Has visto algún pueblo?
—Tal vez. Pero no te lo diré—le respondió con tono malévolo—. Discúlpate primero.
—Serás cabezota…
Miró al kroen polimorfo que estaba posado en su hombro. Sabía que no le diría nada hasta que se disculpase. Suspiró.
—Está bien, Kad, tú ganas. Lo siento mucho. ¿Me perdonas?
—Mmh… perdonado. Pero solo porque me caes bien.
— ¿Has visto un pueblo o no?
Kadiaw alzó el vuelo y señaló una dirección.
—Por allí.
—Gracias, Kad, has sido una gran ayuda.
Picó espuelas al caballo, y fue detrás de Kadiaw. Al cabo de un rato, le preguntó:
— ¿No estará muy lejos el pueblo?
—Que va —respondió Kad—. Está detrás de esas rocas.
—Kad, eso está lejos —gruñó Markus—. Puede que para ti no, pero no llegaremos antes de que empiece la tormenta.
— ¿Quieres apostar? —dijo Kad maliciosamente.
Siguieron discutiendo y criticándose mutuamente. Era algo muy habitual en ellos, una especie de juego. Cada uno sacaba a relucir los defectos del otro. Cualquiera pensaría que no se llevaban bien, pero no era el caso.
— ¿Qué clase de kroen eres, que no puedes vivir bajo tierra? Es…
— ¡Oh, eso no es mi culpa! —interrumpió Kad furibundo— Tú siempre te quejas por todo, ¡incluso de lo que te gusta!
—… ¿Dónde se ha visto un kroen claustrofóbico? —Markus continuó con lo que estaba diciendo— Eres un auténtico espectáculo de feria, ¡podría hacerme rico exhibiéndote!
No pudieron aguantar más y estallaron en carcajadas. Cuando consiguieron parar de reír y recuperaron el aliento, cayeron en la cuenta de que ya había anochecido. Por suerte, ya habían alcanzado las rocas, así que se dirigieron con calma a la entrada del pueblo.