Prólogo

Cuando el frágil equilibrio entre las distintas especies, tales como los humanos, los elfos o los orcos, se rompió por enésima vez, estalló la más cruenta guerra que cabía esperar.

Las hordas de orcos volvieron a atacar ciudades. Se produjeron tanques, pistolas, morteros y toda clase de armamento en masa. Los Kroen, a los que se daba por extintos, salieron de sus ciudades subterráneas y arrasaron ciudades aprovechándose de las armas de fuego que habían creado los moradores de la superficie. Los magos perfeccionaron y crearon nuevos hechizos destructivos.

Lucharon entre ellos sin que nunca hubiera un vencedor definitivo, devastando la tierra en el proceso. La lucha llegó a un punto muerto.

Y entonces despertaron los dragones. Habían dormido por tantos siglos que habían pasado a ser considerados leyendas. Y lo que vieron cuando despertaron no les gustó.

Algunos de ellos, no contentos con este nuevo mundo en el que habían despertado, se unieron a la lucha. Pero tenían un objetivo bien distinto: estos pretendían “remodelar” el mundo, hasta devolverle el aspecto que tenía antes de que empezara su letargo.

Destruyeron los rascacielos y respetaron tan solo las construcciones que recordaban tiempos antiguos. Todo el saber conseguido durante los siglos se perdió. Casi todo fue destruido.

A este período se le llamó Caos.

Tras el Caos, el mundo se pobló de tinieblas. Las religiones y la superstición recobraron su poder de antaño. La muerte volvió a estar presente en todos los aspectos de la vida.

En esta “Nueva Edad Media”, es donde transcurre nuestra historia.